domingo, 24 de febrero de 2013

Asumir la responsabilidad de nuestras decisiones


“Jesús le respondió: ‘También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios’. Concluidas las tentaciones, el diablo se retiró de él, hasta que llegara la hora”. Lc 4, 12-13.

Mons. Rogelio Cabrera López

Una persona manifiesta madurez, cuando es capaz de recocer las consecuencias de sus decisiones. No podemos vivir echando la culpa a los demás. Las decisiones nacen de la propia voluntad y de la conciencia, por supuesto, que no siempre se tiene la recta intención o la conciencia recta.
Cuando actuamos decididamente, entonces somos dueños de lo que ello acarree. En la Iglesia cuando una decisión se toma que afecta a la persona misma o al prójimo, o va contra la voluntad de Dios, le llamamos pecado.
Es así, que el pecado es la toma de decisión personal pero que afecta negativamente o la falta de una decisión (pecado de omisión) pueda acarrear otra serie de situaciones malas o descontentos.
Tenemos que decir, que, el diablo, sólo tiene permiso de ofertar o tentar, pero se convierte en pecado cuando decido hacerle caso.
El compendio de la doctrina social de la Iglesia dice sobre el pecado que: Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican como pecados sociales. Es social todo pecado cometido contra la justicia en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y entre la comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del no-nacido, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer en Dios y de adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera de los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es social el pecado que « se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas. Estas relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en el mundo justicia, libertad y paz entre los individuos, los grupos y los pueblos »  (118)
Tenemos una grande responsabilidad personal y social, ante nuestras decisiones. Es importante buscar la forma de educar nuestra voluntad y nuestra conciencia. Por repite el compendio que Las consecuencias del pecado alimentan las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz en el pecado personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las personas, que las originan, las consolidan y las hacen difíciles de eliminar. Es así como se fortalecen, se difunden, se convierten en fuente de otros pecados y condicionan la conducta de los hombres. Se trata de condicionamientos y obstáculos, que duran mucho más que las acciones realizadas en el breve arco de la vida de un individuo y que interfieren también en el proceso del desarrollo de los pueblos, cuyo retraso y lentitud han de ser juzgados también bajo este aspecto. Las acciones y las posturas opuestas a la voluntad de Dios y al bien del prójimo y las estructuras que éstas generan, parecen ser hoy sobre todo dos: « el afán de ganancia exclusiva, por una parte; y por otra, la sed de poder, con el propósito de imponer a los demás la propia voluntad. A cada una de estas actitudes podría añadirse, para caracterizarlas aún mejor, la expresión: “a cualquier precio” » (119)
Así, las grandes tentaciones que el hombre actual debe afrontar con mayor ahínco, son el poder, el tener y el placer, que tienden a nublar la razón y la voluntad, para dejar salir la huella de la vaciedad de una vida sin sentido, para encerrarnos en el egoísmo, que pareciera eliminar todo pecado, hasta el grado de verlo normal y necesario, privándolo de la responsabilidad personal.

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