“Entiendan esto con el ejemplo de la higuera. Cuando
las ramas se ponen tiernas y brotan las hojas, ustedes saben que el verano está
cerca. Así también, cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el
fin ya está cerca” (Mc 13, 30).
Mons.
Rogelio Cabrera López
Cada uno de nosotros, tiene una
responsabilidad, frente a los ambientes en los que se desarrolla su vida y la
de los demás. Los ambientes son favorables o no, dependiendo de cómo permitimos
que las cosas vayan sucediendo.
El ambiente primordial de transformación
que repercute en la sociedad, es la familia. Si desde la familia se permiten
ambientes negativos, será difícil que se entiendan los valores. Si en la
familia hay ambientes de egoísmo, de violencia, de vicios, de mentira,
infidelidad, etc; cómo podemos pedir transformar en bien los ambientes
constantes.
Al contrario si se respiran ambientes de
responsabilidad, de lucha, de cooperación, de fe, etc., podremos hacer notar
que somos responsables directos de que los ambiente cambien para bien y
desarrollo de la sociedad y la persona misma.
La
Iglesia, descubre su misión como transformadora de ambientes, de hecho, la
doctrina social, nos lo recuerda: “Con
su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la
compleja red de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al
hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio
evangélico—, sino de fecundar y
fermentar la sociedad misma con el Evangelio Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar
también por la sociedad en su solicitud misionera y
salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se
comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y
de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la
calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la
vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente
secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y
a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los
hombres, que son el camino primero y fundamental de la Iglesia”. (62)
Para humanizar a las personas, se debe crear un
ambiente donde aprenda y descubra su realización en la búsqueda de la
trascendencia. Los ambientes se fraguan de manera humana en medio de la
comunidad. Debemos sanear los ambientes tecnológicos, y no disminuir las
relaciones personales por el tiempo que nos ocupan las relaciones cibernéticas.
Hemos recordado que la Iglesia nos presenta a Jesús
como aquel que asumiendo la humanidad nos enseña a realizarnos en plenitud,
configurándonos a él: “Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el
Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos
históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio, « enseña al hombre, en nombre
de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la
comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina ». En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el hoy del
hombre,81 la doctrina social es palabra que libera. Esto significa que posee la
eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra los corazones,
disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa infundir
en el corazón de los hombres la carga de significado y de
liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad
del hombre más humana porque es más conforme al Reino de
Dios”.
(63)
Tenemos,
pues, la gran tarea de fortalecer los ambientes. Sobre todo en este año de la
fe, qué bueno sería actuar movidos por la fe cristiana. El convencimiento de
esta fe, será garantía de transformación. Pero recordemos que la fe, no es sólo
un sentimiento, es necesario dar razón de ella, y esto implica aprender. Ponernos en actitud de
discípulos.
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