“El
escriba replicó: ‘Muy bien, Maestro. Tienes razón cuando dices que el Señor es
único y que no hay otro fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda
el alma, con todas las fuerzas y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que
todos los holocaustos y sacrificios’”. Mc 12, 30-33
Mons.
Rogelio Cabrera López
Tal vez, el mismo título puede
cuestionarse, porque, ¿Cómo hablar de verdadero amor? Hay alguna otra fuerza
que le podamos llamar amor.
Vale la pena, decirlo así, porque en
efecto, existen otras realidades que se confunden con el amor. Pero aun
haciendo a un lado estas situaciones erradas de manifestar el amor; queremos
reflexionar sobre la importancia del amor verdadero. Esto es, el amor, que no
está fraccionado, que no lastima, sino que es integral.
Cuando en la Sagrada Escritura se habla de
amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con
todas las fuerzas; se está reconociendo aquellas cuatro capacidades que tiene
el ser humano y que le caracterizan como un ser íntegro: sus sentimientos y
emociones, su inteligencia, su trascendencia y su voluntad.
De ahí que el amor debe tener estas cuatro
capacidades; si no, no podría llamarse amor verdadero. Este amor se ve
coronado, sobre todo cuando sale y fructifica. Cuando sólo se queda en la
persona puede corromperse en egoísmo, por eso debe darse al prójimo con las
mismas características mencionadas. Y recibir también ese amor en reciprocidad.
El Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia nos ha recordado en varios momentos que las acciones deben realizarse
en el amor, pero nos insiste que en el fondo debe haber reciprocidad: “Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo
por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado
ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda: «Queridos, si Dios nos amó de
esta manera, también nosotros debemos amarnos
unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios
permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» (1 Jn 4,11-12). La
reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: « como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los
otros » (Jn 13,34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la
vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar
con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste”. (32)
Desde
la fe, confesamos que el amor es lo que
le ha movido a Dios para revelarse al hombre, no es que Dios necesite de su
amor, pero sí le da lo oportunidad de plenificarse al sentirse amado, y
descubrir a Dios como amor verdadero: El mandamiento del amor
recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar,
purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: « Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal »,33 porque la imagen y
semejanza del Dios trino son la raíz de «todo el “ethos”
humano... cuyo vértice es el mandamiento
del amor ». El moderno fenómeno cultural, social, económico y
político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve
una vez más, a la luz de la Revelación, « un nuevo modelo de unidad del género humano,
en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este
supremo modelo de unidad,
reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que
los cristianos expresamos con la palabra “comunión”». (33)
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