“Entonces le dijo Jesús: ‘¿Qué quieres que haga por ti?’ El ciego le contestó: ‘Maestro, que pueda ver’. Jesús le dijo: ‘Vete; tu fe te ha salvado’. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino”. Mc 10,50-52
Mons. Rogelio Cabrera López
Hay un dicho, en nuestra sabiduría popular: “no hay mayor ciego que el que no quiere ver”. Es una realidad. Porque aquel que no quiere darse cuenta de las cosas, se cierra hasta quedar indiferente y alejado de todo lo que acontece.
Aquel que tiene la capacidad de asombrarse ante las cosas que pasan cada día, aun aquella más pequeñas e insignificantes, es capaz de descubrir a Dios y fortalecer la fe.
La ceguera de este tiempo, las podemos enumerar como aquellas que dañan la realización de la persona, e incluso el tejido social. Por ejemplo, la indiferencia, la mediocridad, la ignorancia, el egoísmo.
La Iglesia, desea aquella intercesora que ayuda a encontrar a Jesús, ella misma quiere y debe ser el resplandor que acompaña para tener la luz verdadera que es Jesús.
El compendio de la doctrina social de la Iglesia nos fundamenta que la revelación de Dios debe sacarnos de la oscuridad que no nos permite ver: “La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente. Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros.39 Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf. Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre”. (38)
Ahora que en la Iglesia celebramos el año de la fe, vale la pena que reconozcamos que vivir en la incredulidad es una forma de ceguera porque no nos permite reconocer las obras grandiosas de Dios: “La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual « el hombre se entrega entera y libremente a Dios », respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf. 1 Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza, « pues fiel es el autor de la Promesa » (Hb 10,23). El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre (cf. Jn 15-17; Ga 4,6-7)”. (39)
La salvación que esperamos nos algo que llegará en un futuro lejano, al contrario, quien verdaderamente ve la realidad, sabe que la salvación se fragua en cada momento, porque la presencia de Dios en el amor, expresado en los ambientes cercanos, van patentizando la salvación.
Seamos capaces de ver la salvación de Dios en cada acontecimiento, aceptemos la vida de la fe con la certeza de la presencia de Dios. No podemos hacernos los ciegos ante el paso del Señor en nuestra vida.
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