martes, 12 de marzo de 2013

Nuestra relación filial con Dios: Rogelio Cabrera López, arzobispo


“Entonces, volviendo en sí, dijo: "¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! "Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: 'Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores.” (Lc 15, 17)
Mons. Rogelio Cabrera López
La filiación con  Dios nos ayuda a descubrir que no podemos vivir  solitariamente, hemos sido hecho capaces para conocer y amar a Dios y a los hermanos. Por esa razón para que el ser humano encuentre su verdadera identidad y realización debe superar el egoísmo y la indiferencia. Reconocerlo como nuestro padre nos permite tener clara nuestra identidad
Cuanto más nos abrimos al hermano, más somos capaces de descubrir quiénes somos. Además, desde la fe, Dios nos ha enviado ungidos por su Espíritu para actuar conforme a su voluntad, por eso no podemos ser ajenos a nuestra realidad.
De esta manera nos los recuerda la doctrina social de la Iglesia, en su compendio, cuando acentúa que el principal prójimo es el que está cerca del corazón: “La relación entre Dios y el hombre se refleja en la dimensión relacional y social de la naturaleza humana. El hombre, en efecto, no es un ser solitario, ya que «por su íntima naturaleza, es un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin relacionarse con los demás ». A este respecto resulta significativo el hecho de que Dios haya creado al ser humano como hombre y mujer (cf. Gn 1,27): ‘Qué elocuente es la insatisfacción de la que es víctima la vida del hombre en el Edén, cuando su única referencia es el mundo vegetal y animal (cf. Gn 2,20). Sólo la aparición de la mujer, es decir, de un ser que es hueso de sus huesos y carne de su carne (cf. Gn 2,23), y en quien vive igualmente el espíritu de Dios creador, puede satisfacer la exigencia de diálogo interpersonal que es vital para la existencia humana. En el otro, hombre o mujer, se refleja Dios mismo, meta definitiva y satisfactoria de toda persona’”. (110)
Precisamente porque el hombre se da cuenta que no puede desarrollarse solo, es porque implora de Dios su compañera, quien plenifica la creación en su dimensión relacional. Quien se aisla, lastima su razón de ser, porque sólo podrá saber quién es y de lo que es capaz, cuando se pone frente al otro con minúscula (prójimo) y al Otro con mayúscula (Dios).
Sin embargo primero debemos estar frente al hermano para descubrir la voluntad de Dios: “El hombre y la mujer están en relación con los demás ante todo como custodios de sus vidas: « a todos y a cada uno reclamaré el alma humana » (Gn 9,5), confirma Dios a Noé después del diluvio. Desde esta perspectiva, la relación con Dios exige que se considere la vida del hombre sagrada e inviolable. El quinto mandamiento: « No matarás » (Ex 20,13; Dt 5,17) tiene valor porque sólo Dios es Señor de la vida y de la muerte.217 El respeto debido a la inviolabilidad y a la integridad de la vida física tiene su culmen en el mandamiento positivo: « Amarás a tu prójimo como a ti mismo » (Lv 19,18), con el cual Jesucristo obliga a hacerse cargo del prójimo (cf. Mt 22,37-40; Mc 12,29-31; Lc 10,27-28). Con esta particular vocación a la vida, el hombre y la mujer se encuentran también frente a todas las demás criaturas. Ellos pueden y deben someterlas a su servicio y gozar de ellas, pero su dominio sobre el mundo requiere el ejercicio de la responsabilidad, no es una libertad de explotación arbitraria y egoísta. Toda la creación, en efecto, tiene el valor de « cosa buena » (cf. Gn 1,10.12.18.21.25) ante la mirada de Dios, que es su Autor. El hombre debe descubrir y respetar este valor: es éste un desafío maravilloso para su inteligencia, que lo debe elevar como un ala 218 hacia la contemplación de la verdad de todas las criaturas, es decir, de lo que Dios ve de bueno en ellas. El libro del Génesis enseña, en efecto, que el dominio del hombre sobre el mundo consiste en dar un nombre a las cosas (cf. Gn 2,19-20): con la denominación, el hombre debe reconocer las cosas por lo que son y establecer para con cada una de ellas una relación de responsabilidad”. (111 y 112)
 Con esta disponibilidad y reconocimiento, se puede avanzar en implantar con mayor objetividad y profundidad el sentido real de la dignidad humana, la cual todos estamos llamados a promover personal y comunitariamente, ya que somos seres en relación.

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