jueves, 20 de diciembre de 2012

Tiempo de actuar con justicia

“Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros? Él les decía: ‘no cobren más de lo establecido’. Unos soldados le preguntaron: ‘¿y nosotros, ¿qué tenemos que hacer?’ Él les dijo: ‘No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario’” (Lc 3, 10-18).

Mons. Rogelio Cabrera López

¿Cómo podríamos vivir alegres, si sabemos que no hemos actuado con justicia? Definitivamente que, actuar con deshonestidad e injusticia, hace que se experimente un vacío o la desnudez que despierta la vergüenza.

Todos nos hemos dado cuenta que actuar injustamente, daña el tejido social, familiar y personal. Porque para satisfacer las necesidades, verdaderas o falsas de unos pocos se daña a muchos.

El tiempo que vivimos, preparándonos a la Navidad, nos hace el llamado a la justicia. No podremos ser hermanos, sino actuamos con misericordia.

Es el tiempo para reconocer el valor que tiene cada persona, pues si Jesús, ha querido hacerse hombre, es porque hay dignidad grande en cada ser humano.

La doctrina social de la Iglesia nos dice: “A la persona humana pertenece la apertura a la trascendencia: el hombre está abierto al infinito y a todos los seres creados. Está abierto sobre todo al infinito, es decir a Dios, porque con su inteligencia y su voluntad se eleva por encima de todo lo creado y de sí mismo, se hace independiente de las criaturas, es libre frente a todas las cosas creadas y se dirige hacia la verdad y el bien absolutos. 

Está abierto también hacia el otro, a los demás hombres y al mundo, porque sólo en cuanto se comprende en referencia a un tú puede decir yo. Sale de sí, de la conservación egoísta de la propia vida, para entrar en una relación de diálogo y de comunión con el otro”. (130)

De esta manera nos damos cuenta de la riqueza que posee cada individuo por el hecho de ser persona. Esa riqueza se le roba cuando se le trata con injusticia: “Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada: ‘El orden social, pues, y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario ». 

El respeto de la dignidad humana no puede absolutamente prescindir de la obediencia al principio de « considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente’. Es preciso que todos los programas sociales, científicos y culturales, estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano”.  (132)

Cuando no atendemos las necesidades de los demás de una manera justa, nos cegamos ante la posibilidad de trascender. En el peor de los casos abusando de su necesidad se les instrumentaliza, todo ello es una grave injusticia que debemos erradicar: “En ningún caso la persona humana puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo desarrollo, que puede realizar plena y definitivamente sólo en Dios y en su proyecto salvífico: el hombre, en efecto, en su interioridad, trasciende el universo y es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. 

Por esta razón, ni su vida, ni el desarrollo de su pensamiento, ni sus bienes, ni cuantos comparten sus vicisitudes personales y familiares pueden ser sometidos a injustas restricciones en el ejercicio de sus derechos y de su libertad. 

La persona no puede estar finalizada a proyectos de carácter económico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de la comunidad civil en su conjunto o de otras personas, en el presente o en el futuro. 

Es necesario, por tanto, que las autoridades públicas vigilen con atención para que una restricción de la libertad o cualquier otra carga impuesta a la actuación de las personas no lesione jamás la dignidad personal y garantice el efectivo ejercicio de los derechos humanos. 

Todo esto, una vez más, se funda sobre la visión del hombre como persona, es decir, como sujeto activo y responsable del propio proceso de crecimiento, junto con la comunidad de la que forma parte”.  (133).

Dios quiere nacer en nuestra vida nuevamente, pero no puede hacerlo cuando la dignidad de la persona se pisotea. El camino que debemos preparar es de justicia y de misericordia.

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