“Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. Mc 10, 4-5
Mons. Rogelio Cabrera López
La familia es el núcleo y célula de la sociedad. Así como se manifiestan y viven las familias, así repercuten en la sociedad.
El Papa Benedicto XVI ha convocado a toda la Iglesia a vivir y celebrar un “año de la fe” (del 11 de octubre del 2012 al 24 de noviembre del 2013). Ha invitado a que todas las familias, especialmente las que son creyentes, testimonien su fe. Pues, no podemos negar que la fe se engendra y nace ordinariamente en la familia.
De esta manera es importante que la familia, que inicia por el amor del hombre y la mujer y que deciden unir sus vidas, lo hacen, también, delante de Dios por la fe.
Las familias deben vivir su experiencia de amor, sin endurecer el corazón por el egoísmo y la indiferencia; sino más bien erradicando aquellas montañas de odios o rencores que surgen a lo largo de las luchas cotidianas. Así la fe, será aquella fuerza que es capaz de mover montañas.
En el compendio de la Doctrina social atendiendo el tema de las familias nos recuerda que: “La familia es importante y central en relación a la persona. En esta cuna de la vida y del amor, el hombre nace y crece. Cuando nace un niño, la sociedad recibe el regalo de una nueva persona, que está « llamada, desde lo más íntimo de sí a la comunión con los demás y a la entrega a los demás». En la familia, por tanto, la entrega recíproca del hombre y de la mujer, unidos en matrimonio, crea un ambiente de vida en el cual el niño puede « desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible. En el clima de afecto natural que une a los miembros de una comunidad familiar, las personas son reconocidas y responsabilizadas en su integridad: « La primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana” es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y, por consiguiente, qué quiere decir en concreto ser una persona ». Las obligaciones de sus miembros no están limitadas por los términos de un contrato, sino que derivan de la esencia misma de la familia, fundada sobre un pacto conyugal irrevocable y estructurada por las relaciones que derivan de la generación o adopción de los hijos. ” (212)
Así las familias, viviendo con convicción su amor y su fe, pueden hacer fructificar su misma vida en bien de todos.
Aun cuando hayan muchas ideologías en torno del matrimonio y la familia, no podemos descartar que el sustento de las mismas, será la fe. Una vida sin fe, carece de fortaleza, y decaen en la desesperación.
Es lamentable que se vayan conociendo más leyes que favorecen el divorcio y los estilos de vida, que apostar por elementos que mantengan a las familias unidas en el amor.
La fe no es solo la expresión externa de la piedad, es compromiso con Alguien muy real que es Dios. Pero si en la familia, donde se comprometen y se contactan objetivamente, no hay tal compromiso, es imposible que en el mundo haya paz y comprensión. Por eso, es necesario que los padres de familia aprendan a dar razones de su fe.
Tendremos la oportunidad este año de tener mayor claridad para hacerlo, acerquémonos a la vivencia de la fe. El matrimonio patentiza la unidad, como también una es la fe.