Enviados a
erradicar el mal de nuestro mundo
“El Señor
Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de
Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor
actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían” Mc 16, 19-20
Monseñor Rogelio Cabrera López
Nadie puede estar ajeno de sentirse
enviado para erradicar el mal de nuestro mundo. Los creyentes tenemos la firme
convicción de haber sido convocados a participar en esta tarea; inclusive, los
no creyentes, sienten en su interior la voz de su conciencia que les empuja
para actuar conforme al bien común y de buena voluntad.
El mal desdice la vocación del ser
humano, que está llamado a heredar una bendición. Bendecir significa decir
bien, actuar bien, actuar en nombre de
Dios. Este es el poder más grande que tenemos. Dejar que Dios actúe en
nosotros.
El Papa Benedicto XVI en su Encíclica
caritas in veritate, ha retomado la reflexión aplicándola, por supuesto al
orden social y universal, pero eso nos puede iluminar nuestro comportamiento
personal. Los intereses económicos y la situación de pérdida de moralidad nos
han puesto en momentos críticos como personas frente a los demás, por eso
afirma diciendo: “La cooperación para el desarrollo no debe contemplar
solamente la dimensión económica; ha de ser una gran ocasión para el encuentro cultural y humano. Si los sujetos de
la cooperación de los países económicamente desarrollados, como a veces sucede,
no tienen en cuenta la identidad cultural propia y ajena, con sus valores
humanos, no podrán entablar diálogo alguno con los ciudadanos de los países
pobres. Si éstos, a su vez, se abren con indiferencia y sin discernimiento a
cualquier propuesta cultural, no estarán en condiciones de asumir la responsabilidad
de su auténtico desarrollo. Las sociedades tecnológicamente avanzadas no deben
confundir el propio desarrollo tecnológico con una presunta superioridad
cultural, sino que deben redescubrir en sí mismas virtudes a veces olvidadas,
que las han hecho florecer a lo largo de su historia” (59).
El
bienestar de las personas no se basa sólo en las mejoras económicas, sino en la
superación de las virtudes humanas, es decir, en una sana moral que respete la
dignidad de cada ser humano: “Las sociedades en crecimiento deben
permanecer fieles a lo que hay de verdaderamente humano en sus tradiciones,
evitando que superpongan automáticamente a ellas las formas de la civilización
tecnológica globalizada. En todas las culturas se dan singulares y múltiples
convergencias éticas, expresiones de una misma naturaleza humana, querida por
el Creador, y que la sabiduría ética de la humanidad llama ley natural. Dicha
ley moral universal es fundamento sólido de todo diálogo cultural, religioso y
político, ayudando al pluralismo multiforme de las diversas culturas a que no
se alejen de la búsqueda común de la verdad, del bien y de Dios. Por tanto, la
adhesión a esa ley escrita en los corazones es la base de toda colaboración
social constructiva. En todas las culturas hay costras que limpiar y sombras
que despejar. La fe cristiana, que se encarna en las culturas trascendiéndolas,
puede ayudarlas a crecer en la convivencia y en la solidaridad universal, en
beneficio del desarrollo comunitario y planetario”. (59)
En efecto,
el Papa ha hablado de aquella ley inscrita en nuestros corazones, la cual nos
mueve actuar para el bien.
No estamos
solos, de hecho, Jesús nos ha invitado a retomar su camino y su misión; nos ha
enviado con el poder de actuar, como dijimos, en su nombre.
Debemos utilizar
todos los medios posibles para hacer patente el mensaje de amor de Dios. Hoy
podemos reconocer en la 46 Jornada Mundial de las comunicaciones sociales, que
el Papa ha convocado para que juntos analicemos que los medios de comunicación
ejercen una misión de ser instrumentos al servicio del bien y de la
evangelización, ya desde el tema: Silencio y palabra, camino de evangelización.
Se nos invita a saber escuchar y saber dialogar para poner al frente de todos,
un mensaje que no es impuesto, sino que, como alternativa de seguridad de
alguien que nos ama y que camina con nosotros: Dios; por eso cuanto más
permitamos que Dios camine con nosotros, podremos erradicar el mal de nuestro
mundo. No hagamos lo contario, pensando que es erradicando a Dios como lograremos
que haya una humanidad mejor. Eso es ser miope ante la realidad. La fe en Dios
es una fortaleza humana y social.