Cuando un lobo va perdiendo la pelea contra otro lobo, y entiende que ya no tiene posibilidades de ganar, el lobo perdedor ofrece apaciblemente la yugular al oponente como si le dijera: ”Perdí, acabemos con esto de una vez”.
Sin embargo, en ese momento tiene lugar lo increíble.
El lobo ganador inexplicablemente, se paraliza.
Una fuerza milenaria le impide matar al que desde la humildad reconoce la derrota.
Algún mecanismo primario, incrustado en el ADN o mas allá de él, se dispara en el lobo ganador y le recuerda que preservar su manada, es mas importante que el placer de eliminar al contrincante.
Nadie llamaría cobarde al lobo que se entrega, ni conmiserativo al que se paraliza, simplemente el milagro ocurre.
Ni vencedor ni vencido.
Ambos lobos se alejan y la rueda de la vida continúa.
Eso es humildad.
Dentro de algunos años no estaremos aqui ni tu, ni yo ni aquel, así que no vale la pena tanto odio ni tanta pasión desbordada.
Al final, la vida continuará sin ninguno de nosotros.