“Por
tercera vez le preguntó: ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’ Pedro se
entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y
le contestó: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero’. Jesús le
dijo: ‘Apacienta mis ovejas’”. Jn 21, 15ss
Mons. Rogelio Cabrera López
Una persona manifiesta madurez, cuando es capaz de recocer
las consecuencias de sus decisiones. No podemos vivir echando la culpa a los
demás. Las decisiones nacen de la propia voluntad y de la conciencia, por
supuesto, que no siempre se tiene la recta intención o la conciencia recta.
Cuando actuamos decididamente,
entonces somos dueños de lo que ello acarree. En la Iglesia cuando una decisión
se toma que afecta a la persona misma o al prójimo, o va contra la voluntad de
Dios, le llamamos pecado.
Es así, que el pecado es la
toma de decisión personal pero que afecta negativamente o la falta de una
decisión (pecado de omisión) pueda acarrear otra serie de situaciones malas o
descontentos.
Tenemos que decir, que, el
diablo, sólo tiene permiso de ofertar o tentar, pero se convierte en pecado
cuando decido hacerle caso.
El compendio de la doctrina
social de la Iglesia dice sobre el pecado que: Algunos pecados, además, constituyen, por su objeto mismo, una
agresión directa al prójimo. Estos pecados, en particular, se califican
como pecados sociales. Es social todo pecado cometido contra la justicia
en las relaciones entre persona y persona, entre la persona y la comunidad, y
entre la comunidad y la persona. Es social todo pecado contra los derechos de
la persona humana, comenzando por el derecho a la vida, incluido el del
no-nacido, o contra la integridad física de alguien; todo pecado contra la
libertad de los demás, especialmente contra la libertad de creer en Dios y de
adorarlo; todo pecado contra la dignidad y el honor del prójimo. Es social todo
pecado contra el bien común y contra sus exigencias, en toda la amplia esfera
de los derechos y deberes de los ciudadanos. En fin, es social el pecado que «
se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas. Estas
relaciones no están siempre en sintonía con el designio de Dios, que quiere en
el mundo justicia, libertad y paz entre los individuos, los grupos y los
pueblos » (118)
Tenemos una grande
responsabilidad personal y social, ante nuestras decisiones. Es importante
buscar la forma de educar nuestra voluntad y nuestra conciencia. Pero repite el
compendio que Las consecuencias del
pecado alimentan las estructuras de pecado. Estas tienen su raíz en el pecado
personal y, por tanto, están siempre relacionadas con actos concretos de las
personas, que las originan, las
consolidan y las hacen difíciles de eliminar. Es así como se fortalecen,
se difunden, se convierten en fuente de otros pecados y condicionan la conducta
de los hombres. Se trata de condicionamientos y obstáculos, que duran mucho más
que las acciones realizadas en el breve arco de la vida de un individuo y que
interfieren también en el proceso del desarrollo de los pueblos, cuyo retraso y
lentitud han de ser juzgados también bajo este aspecto” (119)
Así, las grandes tentaciones
que el hombre actual debe afrontar con mayor ahínco, son el poder, el tener y
el placer, que tienden a nublar la razón y la voluntad, para dejar salir la
huella de la vaciedad de una vida sin sentido, para encerrarnos en el egoísmo,
que pareciera eliminar todo pecado, hasta el grado de verlo normal y necesario,
privándolo de la responsabilidad personal.
Quiero aprovechar a agradecer a
Dios por la oportunidad que me ha dado de contribuir para que, en estas líneas,
que semanalmente aportábamos, fueran un espacio para iluminar la vida de cada
uno de nosotros. Quiero invitarles a seguir firmes en el Señor y estar atentos
a su voz, por medio de sus pastores, a quienes les ha dado la encomienda de
“apacentar a las ovejas”. Sin duda que la voz de Mons. Fabio Martínez Castilla,
será la que vaya guiando a todos para no pecar y para escuchar a Dios que nos llama.
Dios les bendiga siempre.