“Que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás, como el que yo les tengo a ustedes, para que él conserve sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios”. 1 Tes 3, 12
Mons. Rogelio Cabrera López
El corazón se ha convertido en el símbolo donde se conservan los sentimientos más profundos, precisamente, porque el corazón es el órgano vital que bombea, por medio de la sangre la vida a todo el cuerpo. Al identificarlo con la vida, se le atribuye también el resguardo del amor, por ende, lugar donde Dios puede permanecer y hablar.
Mantener el corazón irreprochable significa atender las intenciones que se van creando en al vida, así como las acciones que nos van identificando y definiendo.
El Señor hace el llamado a la conciencia. Porque, la conciencia es la voz interna que nos anima o reprocha cuando algo no está bien. Es tener un diálogo interno con nosotros mismos. Es necesario no dejar que el corazón se vaya llenando de situaciones adversas que al enraizarse nos hacen más difícil arrancarlas.
Desde la fe, esta voz en la conciencia es Dios, quien nos habla. La vida espiritual, la reflexión teológica y la vida eclesial, son instrumentos que nos ayudan a que nuestros corazones vayan discerniendo lo que es correcto.
La doctrina social de la Iglesia nos recuerda este elemento: “La doctrina social, por tanto, es de naturaleza teológica, y específicamente teológico-moral, ya que « se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas ». « Se sitúa en el cruce de la vida y de la conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los esfuerzos que realizan los individuos, las familias, operadores culturales y sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la historia ».104 La doctrina social refleja, de hecho, los tres niveles de la enseñanza teológico-moral: el nivel fundante de las motivaciones; el nivel directivo de las normas de la vida social; el nivel deliberativo de la conciencia, llamada a mediar las normas objetivas y generales en las situaciones sociales concretas y particulares. Estos tres niveles definen implícitamente también el método propio y la estructura epistemológica específica de la doctrina social de la Iglesia”. (73)
Así la doctrina social, nos enseña que las acciones que se van realizando, tienen una gran responsabilidad personal, por eso se debe atender a verificar que nuestro corazón se vaya rigiendo por una conciencia recta.
“La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en
Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación, es decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas. La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por tanto, de su destinación universal. Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, que —precisamente porque es tal— expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da razón a todos de las verdades que afirma y de los deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartida por todos”. (75)
Busquemos regirnos por un corazón libre, dejando todo tipo de acciones contrarias a nuestra vocación de vida plena, dejando que sea una conciencia recta la que nos vaya iluminando, teniendo la certeza que será Dios quien nos haga irreprochables delante de él y de los demás.